No comieron perdices
¿Cómo que no comieron perdices? A mí me contaron que sí… ¡Ahí está la clave de esta parte del blog! Como ya sabéis, los cuentos tradicionales nacieron en algún momento de la historia reflejando la sociedad de su época para advertir y enseñar acerca de la vida (moralejas). Como estos relatos iban dirigidos esencialmente a niños, disfrazaron la realidad para captar mejor su atención: los hechos siempre suceden en tierras lejanas o maravillosas; se mezclan los personajes humanos con seres fantásticos o antropomórficos… Pero todos tenían algo en común: una enseñanza vital que debían aprender para saber “de qué iba la vida”. Estos cuentos populares no se llamaban “populares” por casualidad: eran contados por gente del pueblo y pasaban de generación en generación oralmente, puesto que no sabían leer o escribir. De ahí que muchos cuentos tengan finales diferentes o personajes distintos dependiendo de quién los contara pero conservando su esencia y moralejas intactas.
Por otro lado, cabe destacar que los cuentos antiguos nacidos en la Europa medieval no eran precisamente… dulces, amables o con finales felices. En aquella época se trataba de recrear un mundo hostil, con personajes malvados de los que había que protegerse y con protagonistas desprevenidos que eran castigados o que no salían muy bien parados debido a su inocencia (característica propia de los niños). La inocencia, la desobediencia, la imprudencia o la codicia tenían un precio muy alto en estas primeras versiones. La infelicidad, la tragedia o incluso la muerte solían ser los finales más comunes.
Con el paso del tiempo, autores de diferentes lugares de Europa decidieron recopilar y escribir o reescribir los clásicos cuentos populares de tradición oral, para que no se perdieran en el tiempo. Charles Perrault fue el pionero y le siguieron escritores como los hermanos Grimm o Hans Christian Andersen. Ellos fueron los principales responsables de hacer perdurar estas obras pero no se detuvieron ahí. Algunos añadieron elementos de su propia pluma, edulcoraron los finales o incluso crearon sus propios cuentos, ahora considerados clásicos. La explicación de estas “licencias de autor” es que los cuentos debían adaptarse a los nuevos tiempos. Me explico: los niños y la infancia empiezan a cobrar importancia a partir de los siglos XVIII y XIX y para preservar la inocencia de los niños y protegerlos de imágenes macabras o de finales trágicos, se empiezan a suavizar poco a poco algunos de los finales de los cuentos, pero sin perder la esencia y moraleja de las historias adaptadas: también había finales trágicos o de los que te dejan una sonrisa amarga.
Más tarde estos cuentos procedentes del viejo continente llegaron al nuevo, concretamente a EE.UU. Conociendo el puritanismo de los norteamericanos del XIX (y de los del XX y XXI también) pues ya os podéis imaginar el revuelo que se armó allí cuando aquellos cuentos cruzaron el charco. Fueron censurados por ser demasiado violentos, macabros, indecorosos, inapropiados o poco inocentes para los niños. ¡Y eso que les enviamos las versiones “light”, las que ya habían pasado por las plumas decimonónicas! ¡Imaginaos si llegan a leer las obras originales! ¡Hubieran sido capaces de venir a nado y pegarnos fuego por estar endemoniados o por comer setas!
Pero no sufráis americanos de EE.UU. porque un enviado del cielo estaba a punto de revolucionar el mundo de los cuentos otorgándoles vida y adaptándolos a la gran pantalla. Con su genialidad, con una sobredosis de caramelos adoquín del Pilar y con un ratón cogido de la mano. Este hombre cambió algunos cuentos hasta tal punto que “no los hubiera conocido ni la madre que los parió”. Efectivamente, Walt Disney, enamorado de la moda juvenil, amante de la glucosa y de los viejos cuentos europeos, creó su propia factoría en donde los sueños se hacen realidad: ¡El lugar más feliz de la tierra! Esto es verdad. De allí nacieron las versiones animadas de los cuentos populares más famosos, convertidos en clásicos (aunque los estrenasen hace dos años), mundialmente conocidos y que encandilaban a niños y mayores por la fuerza de las imágenes en movimiento, los fabulosos escenarios y el encanto de sus personajes. Algunas películas son infumables, lo sé; otras, no aptas para diabéticos, también lo sé; pero hay otras que son sencillamente mágicas. Ahora no disimuléis que todo el mundo tiene una peli Disney favorita, ¿eh?
Vale, vale. Todo ese rollo de la evolución de los finales de cuento está claro. Pero al final, ¿comieron perdices o no?
Pues me temo que, en esta sección, pocas perdices comieron. Aquí os voy a describir la versión original de famosísimos cuentos populares que han pasado tanto por la pastelería que apenas guardan relación con las versiones que conocemos hoy. “No comieron perdices” es la parte de este blog que te muestra la historia tal y como era originariamente para que puedas comparar y hacer una reflexión acerca de los cambios en la psicología de cada época. ¿Cómo puede ayudarte? Bueno pues, aparte de averiguar algún que otro dato interesante, la parte terapéutica es una terapia de choque: la cruda realidad, sin adornos y sin final feliz o con un final feliz a medias, sin catarsis. Estas versiones originales te abrirán los ojos a una desgarradora realidad que es necesario comprender y aceptar para poder luchar contra las crudas realidades de tu vida. Pretendo afilarte las uñas, fortalecerte a base de bofetadas literarias y conseguir que canalices esa rabia, esa ira contenidas para arrancarle la cabeza de cuajo a quien te torture (esto último es broma). Por favor, no dejes de arrancar cabezas del mismo modo a otras personas que te desagraden.
Bromas aparte, tus nuevas herramientas serán la asertividad, decisión y confianza en ti mismo, que garantizarán tu integridad y dignidad personal y social.