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Paso 1: ¡Salta y haz el gamberro en el Club de los Sin-vergüenzas!
No te asustes. No te voy a pedir que tires huevos a la casa del vecino, ni que te hagas grafitero de trenes, ni que quemes contenedores. Eso no, ¿eh? La cosa es mucho más inocente. Para entrar en El Club de los Sin-vergüenzas es imprescindible desmelenarse poco a poco y por eso empezaremos por una de las pillerías más comunes que practican los niños en casa: “salto olímpico de cama o sofá”. Paso 1: ¡Salta y haz el gamberro en el Club de los Sin-vergüenzas! Nadie te va a regañar ahora
Como es el primer ejercicio que te voy a recomendar, no voy a empezar muy fuerte. Quiero que te sueltes y no temas hacer el ridículo, pero no quiero que te dé un síncope el primer día. Esto significa que empezaremos los ejercicios en la intimidad, pero la cosa no debe acabar ahí. La finalidad es que seas capaz de practicarlos en grupo, haciendo que todos participen y, en definitiva que os ayudéis a expresaros libremente. ¿Recuerdas cuando eras pequeño y saltabas por encima de las camas y los sofás? ¿Recuerdas también las broncas que te echaban por hacerlo?
Mi hermano y yo sobrepasábamos los límites tolerados y poníamos a prueba la paciencia de nuestros padres en el comedor de casa. Era la habitación más grande y, sin embargo, la menos frecuentada. El lugar perfecto para las pillerías de dos críos. Recuerdo perfectamente aquel comedor: un sofá grande al fondo y otro más pequeño al lado, haciendo esquina. Nos quitábamos los zapatos y ¡hala! Subíamos a los sofás, saltábamos encima de ellos, corríamos jugando a pillar, sacábamos las sillas y jugábamos a “no tocar el suelo” o “si tocas el suelo, mueres”… Si aquellos muebles hubiesen podido chivarse de todo, mi hermano y yo no hubiésemos conocido el parque. Cuando oíamos venir a mi madre, nos sentábamos rápidamente, poníamos cara de buenos y nos íbamos a merendar. A veces mi padre se quedaba mirando los sofás y le decía a mi madre: “¿cómo es que los sofás están tan desgastados y hechos polvo? habrá que cambiarlos un día de estos…” Y mi madre: “¡y eso que yo los lavo en seco todas las semanas!” Mi hermano y yo nos mirábamos y callábamos.
¡Se mascaba la tragedia, señores! El fatídico día estaba a dos saltos de nosotros y llegó… Estábamos los dos tan felices, despreocupados e inocentes, saltando alegremente de sofá en sofá. De pronto, la desgracia cayó sobre nosotros… o mejor dicho, sobre uno de los pobres sofás. Se colapsó al saltar los dos a la vez sobre él y se tronchó como una granada. Mi hermano y yo nos pusimos blancos del susto pero aún nos pusimos más blancos cuando oímos a mi madre acercarse al comedor a toda prisa, alertada por el crujido del sofá. “¡Os voy a matar! ¡Con razón los sofás están como están!” A mi hermano y a mí nos dio por reír a carcajadas. La escena no era para menos: nosotros dos uno encima del otro, medio hundidos en uno de los sofás y mi madre gritándonos como una loca, con batín y bocata de leche condensada con cola-cao, incluidos. “¡Encima! ¡No os riáis, que no tiene gracia!” Pero la pobre nos miraba, riéndonos a carcajada limpia, y no pudo evitar que se le escapase una risita que trató de disimular muy torpemente, para que viéramos lo disgustada que estaba. ¡Pero si ella era la primera que estaba harta de los sofás y quería cambiarlos! Le vino de perlas. Un mes después, sofás nuevos. Intocables. ¡Pero todavía nos quedaban las camas!
Deja que Shin Chan sea tu guía
Por favor, ¡¡no me digas que no sabes quién es Shin Chan!!
En fin, en caso de que andes algo despistado, te lo presentaré con la respetable ayuda de la Wikipedia: “Shin Chan es un tebeo manga y una serie animada japonesa que se centra en la vida de un niño japonés de cinco años muy peculiar. Vive con sus padres y su hermana en la ciudad de Kasukabe. Shin Chan es un niño muy travieso y rebelde que desconcierta a los adultos con sus ocurrencias y sus comportamientos desvergonzados poco propios de su edad, como su desmedido interés por las mujeres o el «baile del culo» (que ejecuta agachado con los pantalones bajados) interpretado al menor descuido de su madre. El comportamiento maleducado e irreverente de Shin-chan contrasta con las férreas conductas sociales de Japón, lo que supone una fuente de disgustos para su familia, especialmente su madre, que trata de corregirlo con poco éxito a base de reprimendas, palizas, azotes y coscorrones.”
Sabrás ahora por dónde van los tiros, ¿no? Pues ahora te toca a ti ser rebelde, desvergonzado e irreverente. ¡Deja que Shin Chan sea tu guía! El día que te sientas con ánimo y te apetezca, te subes a tu cama y te pones a pegar saltos hasta que no puedas más: girando, haciendo muecas y posturitas en el aire, hacia delante y hacia atrás…
Este es el paso crucial hacia la liberación. Nuestro objetivo. Si esto es muy heavy para ti, empieza por algo mucho más tranquilo: ponte frente al espejo del cuarto de baño o de cualquier otra habitación y contémplate en todo tu esplendor. A continuación ponte a hacer el payaso frente al espejo e imita a Shin Chan: pon caras graciosas, enseña el culete, habla imitando a otras personas, presume de los fuerte que estás o del tipazo que tienes, imita a animales… pero sobretodo finge que no hay nadie allí, ni siquiera tú. Cuando hayas superado esta fase y conozcas perfectamente tu rostro poniendo caras que normalmente no pones, podrías dar otro pasito de gigante: haz exactamente los mismos ejercicios que te acabo de recomendar pero con alguien de tu confianza que los haga contigo. Los dos, los tres o los que seáis debéis disfrutar con este juego y reír, reírse de uno mismo y de los otros. Esto es algo fundamental. Si consigues hacerlo y sentir cada vez menos vergüenza, te irás acercando más al Club de los Sin-vergüenzas.
Aunque te pueda parecer una bobada, este es uno de los ejercicios más básicos que suelen realizar futuros actores y actrices en sus clases de arte dramático para conocer a la perfección todas las facetas de sus rostros y adquirir mayor expresividad con sus cuerpos. Ellos, igual que tú, también necesitan desinhibirse, no sentirse ridículos y confiar en su carisma personal. Así, te comerás cualquier escenario que se te ponga por delante.
Devuélveme el derecho a ser niño para saber quién soy
Tienes permiso. ¿Para qué? Para hacer y decir lo que quieras, como quieras, cuando quieras y con quien quieras. Así de sencillo. De pequeño, a veces te prohibían hacer y decir cosas que a ti te gustaban, te divertían, que te causaban curiosidad o que, por inocencia, creías normales… Y lo peor era cuando había visita o era tu familia la que iba de visita: “no toques eso, baja de ahí, no hables cuando hablen los mayores, levanta del suelo, eso no se dice, no pongas esa cara…”
Es hora de saldar cuentas con aquel niño que fuiste. Él no pudo hacerlo entonces, pero tú sí puedes hacerlo ahora. Se lo debes. Estás en deuda con él. Dale a aquel niño aquello que le pertenecía por derecho: ser niño. Reclama tu derecho para ser niño y averigua quién eres en realidad. Hazlo y verás que no solo devuelves un tesoro a alguien del pasado, sino que también recibes un regalo cerrado durante décadas, que te pertenece, y que ahora puedes abrir y disfrutar en el presente y en el futuro como el adulto que eres. Es una deuda que debes saldar para sentirte en paz contigo mismo. ¡Ahora! ¡Salta sobre la cama! (y de paso haces algo de ejercicio).
Toca todas las cosas delicadas de la casa y, si es necesario, date el gusto de romper algo. Solo por verlo. Verás qué a gusto te quedas, pues a veces romper cosas libera la rabia acumulada y que no puedes descargar de otro modo. Habla frente al espejo e imita de la manera más ridícula posible a todas las personas que te suelen fastidiar. Después diles todo lo que piensas de sus chorradas: grítales, insúltales, suelta tacos como si Camilo José Cela te hubiera poseído.
Descarga tu ira, rabia contenida y descubrirás quién eres en realidad y cómo encajas en tu vida: qué deseas, qué no deseas, qué te gusta y qué no, qué es importante, en definitiva. Pero lo más trascendental es que estos ejercicios, feliz o dolorosamente, te mostrarán la clase de persona que eres: ¿eres valiente, cobarde, manipulable, feliz? Reflexiona sobre tus propias revelaciones y actúa. Cambia todo lo que sea necesario para que tu vida sea la que tú quieres y no la que otros te imponen. Ya no tienes cinco años.
Si realizando estas actividades consigues al menos divertirte y pasar un buen rato con tu familia o amigos, ¡Enhorabuena!: tu sentido del ridículo está menguando y estás ganando confianza en ti mismo, seguridad para no avergonzarte y gozar de total libertad de acción. Además, tomarás consciencia de la necesaria conexión entre tu cuerpo y tu mente. Espero que el “paso 1: ¡salta y haz el gamberro en el Club de los Sin-vergüenzas” sea superado con éxito para poder pasar al siguiente nivel.
Yo me disfrazo con mis hijas y jugamos a princesas o veterinarias… se mueren de la risa. En verano, hago castillos de arena, o me entierro en ella como cuando eras niño. En invierno, opto por cantar a pleno pulmón – sobretodo cuando la vecina pone Malú a toda pastilla y yo decido cantar, yo que sé… un Mantra o Metálica… jijijiji
Tomo nota Mary Poppins. Es maravilloso poder compartir todas esas actividades con niños. Deja que tus hijas sean tus maestras y nunca dejes de cantar y bailar.