Título
El nacimiento de Blancanieves:
una deuda de sangre.
La maldición de ser Blancanieves es el título global con el que he bautizado una serie de artículos donde propongo una interpretación simbólica y algo morbosa de uno de los cuentos de hadas más célebres de la historia de la literatura: Blancanieves. He dividido el estudio en varios artículos debido al análisis minucioso que he realizado de escenas, símbolos y personajes. Me he decantado por la versión los hermanos Grimm, puesto que se trata de la adaptación escrita más famosa y antigua sobre este relato. Por supuesto, la versión cinematográfica de Walt Disney también es celebérrima pero está demasiado edulcorada, para mi gusto. El clásico de los Grimm es igualmente apto para niños, pero con ese puntito mágico que tienen los trazos de la letra impresa decimonónica en papel antiguo.
Mucho se ha escrito acerca de la simbología de este relato y, su estudio desde el punto de vista del psicoanálisis (Bruno Bettelheim), es apasionante; también analizaremos las patologías sociales que revela este cuento de hadas y comprobarás hasta qué punto nuestros problemas modernos no lo son tanto. Veamos qué más nos revela el cuento a partir de la psique de los narradores. De momento, comenzaremos por el principio, El nacimiento: una deuda de sangre:
Tan solo la apertura del cuento, el planteamiento, está cargado de simbología. Pero hilando aún más fino, empezaré por la bella escena invernal que envuelve a la reina costurera.
Se describe una hermosa estampa bucólica: una reina cose junto a una ventana de marco de ébano y mira a través de ella los copos de nieve que caen cubriéndolo todo. La reina se pincha accidentalmente y tres gotas de sangre manchan la nieve. La reina queda tan admirada ante la bella imagen del rojo sobre la nieve blanca y enmarcada de ébano, que pide un deseo: una niña tan blanca como la nieve, roja (sonrosada) como la sangre y con el pelo negro como el ébano. El deseo se cumple pero la reina muere en el parto.
El “ángel del hogar”
La hermosa estampa invernal presenta a una reina que, por muy reina que sea, se dedica a coser. Esto significa que los Grimm quieren establecer un acercamiento e identificación con el lector, pues presentan a una figura de la realeza (la reina) realizando una tarea común, (nada propio de la realeza) que puede ser realizada por cualquier mujer de esa época. En la segunda mitad del siglo XIX, el escritor Severo Catalina del Amo publicó La mujer, un libro didáctico que pretendía ser una guía para educar moralmente a las mujeres y posicionarlas en el lugar que él consideraba les correspondía en la sociedad decimonónica: el hogar. Es en este libro donde aparece por primera vez el famosísimo término “ángel del hogar”. Con él, Severo Catalina describía “una mujer modélica” cuya existencia se limitaba al ámbito doméstico, privándola así de cualquier aspiración individualista. Esta visión tan misógina de la mujer era más que aceptada en la sociedad y su aparición dentro de la literatura daba a entender que la mujer a la que se le atribuían esos rasgos era perfecta. Así pues, “el ángel del hogar o perfecta casada” son un símbolo positivo en las letras del XIX.
(…) “Dadas las condiciones de la actual sociedad, no es preciso que la mujer sea sabia, basta con que sea discreta; no es necesario que brille como filósofa: le basta con brillar por su humildad como hija; por su pudor como soltera; por su ternura como esposa; por su abnegación como madre; por su delicadeza y religiosidad como mujer.”
Severino Catalina del Amo, 1858.
De esta manera interpreto el breve papel de la madre de Blancanieves en el cuento: una reina que se comporta como “ángel del hogar”, modélica, dedicada a las tareas domésticas en la más absoluta intimidad, discreta y perfecta. Es así como la idea de “perfecta casada” cobra muchísima importancia como veremos más adelante, porque es una cualidad admirada en el XIX y los hermanos Grimm consiguen magistralmente que los lectores acepten de manera natural el hecho de que una reina cosa.
A continuación, una distracción por parte de la reina “perfecta casada” (mirar embobada hacia el exterior) provoca un percance físico que interrumpe su labor. Este “desliz” (mirar hacia el exterior) es la primera advertencia o, mejor dicho, “sanción” a la reina (mujer de su casa) por distraerse de sus obligaciones como “ángel del hogar” curioseando más allá de la ventana, que representa la vida social más allá del hogar.
Sin embargo, lejos de atender su dedo herido y retomar sus labores, la reina se queda todavía más maravillada al observar la hermosura de la sangre sobre la nieve, enmarcadas por ébano de la ventana. Es entonces cuando pide su deseo, inspirada por tan singular escenario: hija blanca (nieve), sonrosada (sangre) y morena (ébano). Recordemos que el número tres es uno de los números considerados “mágicos” en la tradición literaria. Por un lado es un número primo y el primer número impar (si se admite que el número uno no conforma una cantidad). El número tres ha sido considerado el número de la perfección desde la Antigua Grecia (Platón y Aristóteles). Además, tres puntos unidos por segmentos representan un triángulo, figura que también tiene una gran fuerza simbólica por ser la primera figura geométrica posible al unir tres puntos formando tres segmentos. Por ello también esta forma podría considerarse una alegoría cargada de sutil contenido sexual: si el triángulo apunta hacia arriba obtenemos el símbolo de lo masculino (forma fálica) y si apunta hacia abajo, nos encontramos ante la representación de lo femenino (forma uterina). De esta unión se engendra una nueva vida. Probablemente estemos asistiendo al momento de la concepción de Blancanieves.
Un deseo, tres colores
Comenzaré con el blanco. Este color, así como todos los elementos naturales (nieve) que lo poseen, es y ha sido siempre el símbolo de la pureza, de la inocencia y de la virginidad. La tradición cristiana vinculaba este color a la belleza de las mujeres que reunían esas cualidades (jóvenes virginales). No es gratuito que a la Virgen María se la represente siempre con una blanca flor de lis en sus manos en el momento en que el arcángel Gabriel le anuncia su estado de buena esperanza. A pesar de su preñez, María sigue siendo pura y la flor blanca lo demuestra. La belleza pues, estará estrechamente vinculada a la doncellez (virginidad). Se establece así la primera cualidad de la nonata: la pureza, el candor y la inocencia.
Por otro lado, no hay que olvidar que la tez blanca, hasta hace bien poco, era signo de nobleza y poderío económico. Esto se debía a que los miembros de las clases más altas de la sociedad no trabajaban con sus propias manos como los herreros, panaderos o carboneros (no había huella en sus cuerpos del desgaste que implicaban las duras tareas del pueblo llano), ni tampoco trabajaban al aire libre como los campesinos, ganaderos o molineros, de manera que su piel no estaba tostada ni curtida por el sol. Una piel blanca era atributo de los nobles y la tez morena delataba el origen humilde de la plebe. Las mujeres nobles o pertenecientes a la alta burguesía tenían la piel pálida porque sus labores se limitaban al ámbito doméstico: organizar las tareas, recibir visitas, interesarse por la lectura y el arte…
El negro, lejos de presagiar acontecimientos nefastos, se convierte en un color venturoso puesto que está representado por la madera de ébano. Este exótico material ha estado tradicionalmente asociado a la nobleza porque solo los más adinerados (nobleza y alta burguesía) podían permitirse ornamentar su hogares con una madera tan cara, por su densidad, dureza y suavidad. Blancanieves es de ascendencia noble (princesa). Originariamente, la palabra noble entendida como alguien perteneciente a la nobleza derivó en sinónimo de bueno, honesto o fiel. Esto ocurrió porque en el subconsciente colectivo se asociaban todas estas cualidades positivas a la nobleza. Su sangre azul, su riqueza y sus costumbres creaban la ilusión de honestidad implícita a su título nobiliario. Hoy decimos: “Es un chico muy noble” pero nos referimos a su carácter y no a su posición social. Paradójicamente, existía otra palabra que había absorbido (muy injustamente) toda la carga negativa en cuanto a los rasgos morales: villano (que habita en la villa). Es por ello que posiblemente el color ébano del pelo de la muchacha represente su nobleza de carácter. Así que otra cualidad de la niña será la honestidad.
El rojo (sangre) posee dos significados clave: el sexo y la muerte: el Eros y el Tánatos de la tradición helénica, respectivamente. Dadas las circunstancias en que se produce la mancha y conociendo el desgraciado futuro de la monarca, el rojo aquí sería un presagio oscuro, de vida (pérdida de la virginidad tras romperse el himen de la reina) y muerte tras el parto. Voy a profundizar en esta metáfora porque aún podemos encontrar más símbolos.
Comencemos con los de origen pagano: la superstición de las deudas de sangre. Antiguamente se creía que, para que un deseo relacionado con la sanación se cumpliese, era necesario que se celebrase un ritual mágico (íntimamente relacionado con la magia negra pagana) en el que se ofrecía un sacrificio de sangre a un ente mágico (llámalo dios, llámalo demonio) para satisfacer a dicho ente y que le concediera su deseo, cobrándose una vida por otra: te ofrezco mi sangre a cambio de un favor. Generalmente, estos rituales eran llevados a cabo por druidas, brujos o hechiceros temidos por sus supuestos poderes de origen oscuro y maligno.
Si estás familiarizado con la saga literaria de Canción de hielo y fuego o con la serie basada en los libros de la saga, Juego de tronos, recordarás un suceso similar. El personaje de Daenerys Targaryen, estando embarazada y desesperada porque su amado esposo se está muriendo, ruega a una vieja hechicera que utilice sus conocimientos de magia negra para sanarlo. Aunque la bruja le advierte que la vida exige sacrificios de sangre y que esas deudas que se contraen se han de pagar, la joven insiste en que salve a su marido. La pérfida hechicera engaña a Daenerys como venganza por haber asediado su poblado y la hace pagar con la vida de su hijo recién nacido. La joven, llena de pena, comprueba que el sacrificio de su primogénito no ha funcionado como ella esperaba, pues su esposo vive pero en estado vegetal. Deshecha por el dolor, decide poner fin al sufrimiento de su marido y lo asfixia.
El precio de los deseos
Si trasladamos este mito a la tradición cristiana nos encontramos con los famosos “pactos con el diablo”, solo que estos últimos son más perversos. En la tradición cristiana (pacto con el diablo) encontramos casos en los que el demonio engaña a sus inocentes víctimas para conseguir que pequen y apropiarse de sus almas (muerte e infierno); pero también hay casos en los que el individuo conoce el riesgo y, aun así, intenta burlar al Príncipe de las sombras utilizando todo tipo de artimañas, en vano (la leyenda de Fausto).
¡Ojo! No vayas a pensar que en todas las obras literarias o cinematográficas donde se pide un deseo se va a desencadenar por fuerza una tragedia o mal designio. La cosa no va así. Pero sí es cierto que la petición de un deseo o favor a cualquier ente mágico (hada, duende, genio…) lleva consigo un coste u obligación implícita que en ocasiones es advertida al sujeto que pide el deseo y otras, sencillamente es engañado. Recordemos el deseo que Cenicienta pide a su Hada Madrina: desea ir al baile real. El hada le proporciona un atuendo digno de una reina y un transporte sensacional. ¿La pega? A medianoche la magia desaparecerá. Cenicienta lo sabía porque el hada se lo advirtió. Ocurre algo más cruel en el cuento de La hilandera. La joven, desesperaba por la falsa promesa que su padre hizo al rey, pide a un duendecillo que le permita convertir el hilo en oro. El duende le exige como pago a su primogénito. Ella acepta movida por la angustia y sin meditar el precio demandado. Llegado el momento de saldar la deuda, la joven se niega (a pesar de las advertencias). Apiadado por su llanto, el duende le concede tres días para adivinar su nombre y así librarse de la maldición. Rumpelstiltkin es derrotado.
¿Qué me decís de Dorothy en el Mago de Oz? Su deseo es volver a casa con sus tíos pero para conseguirlo deberá recorrer el camino de baldosas amarillas, llegar a La Ciudad Esmeralda para ver al mago y por último, vencer a la malvada Bruja del Oeste. Como veis, nada es gratuito en las narraciones fantásticas pero el precio a pagar no siempre es la muerte.
En el caso de la reina es difícil determinar con quién hace el pacto de sangre puesto que se trata de un relato fantástico donde lo mágico, lo pagano y lo cristiano se suelen fusionar. Así pues, a cambio de Blancanieves, “ALGUIEN” ha reclamado su vida y en el mismo lecho donde se produce el nacimiento, acontece la defunción de la reina tras el parto, convirtiéndose la cama en un lecho de muerte, ensangrentado. Ese es el precio que paga la soberana por ver cumplido su deseo. Pero la reina ha sido víctima de su propia ingenuidad. No puede ser perversa por una sencillísima razón: la reacción del lector. El impacto de la muerte de la reina deja un regusto muy amargo en el lector. La imagen cándida del “ángel del hogar” y su papel de madre que jamás verá consumado hacen que nos sintamos identificados con la tragedia y nos entristezca su fallecimiento. Su suerte no parece haber sido elegida deliberadamente dado su desconocimiento de la dinámica de petición de deseos (todo tiene un precio). Más bien se diría que su inocencia la hizo ser presa fácil de algún mal deseo. La aflicción que sentimos al conocer su destino nos descubre que tampoco hemos visto venir el mal y que somos tan ingenuos como lo fue la madre de Blancanieves.
Así comienza la maldición de ser Blancanieves. El bebé es causa y consecuencia de la muerte de su madre desde el nacimiento, por culpa de un pacto de sangre. Además, la inocente recién nacida será víctima de una amenaza que aún no se ha materializado pero que la perseguirá hasta el final del cuento.
GRACIAS POR COMPARTIR TUS EXCELENTES INFORMES ……ME GUSTO MUCHO LEERTE . MIL GRACIAS!!!!!!!!!!!!!!!
Gracias a ti por leerme. ¡Un abrazo!