Título
La villa
Todo sabe mejor cocinado sobre brasas. La carne fresca humeaba presa de la parrilla, anulando cualquier sentido que no fuera el olfato. Hechas al gusto del comensal: sangrientas como el infierno. La salsa era cosa mía. Un insuperable alioli casero. ¿Mi secreto? Solo ajos, aceite y una técnica que me convertía en una maestra del mortero. “Machaca la mezcla y nunca dejes de remover, aunque te duela la muñeca, el hombro o las falanges” – decía mi abuela. Machacar y remover sin parar hasta que los ingredientes primigenios adquieran de pronto una textura cremosa y espesa.
La verja chirriaba cada vez que la tocábamos: necesitaba lubricante.
Cuatro sentados en las pesadas sillas de hierro. Fernando y Mila visitaban nuestro viejo chalet por primera vez. Estaban entusiasmados, pues querían conocer el lugar que me secuestraba cada verano. Aquella villa con vistas a la mar, envejecida por el salitre y el viento.
Después del festín, la charla animada y de alguna copa de más, todos sintieron la modorra habitual en estos casos y mis invitados y mi marido decidieron retirarse para echar la siesta.
La bebida me había dejado un poco atontada y desinhibida. Me quedé allí sola, sentada bajo mi querida higuera mientras la suave brisa veraniega trepaba por mis piernas y me subía las faldas.
Aquello me excitó. El aire se arremolinaba bajo mis pies arrastrando jazmines, invitándome a jugar. Me puse de pie y, por un instante, fui “la tentación” sobre las rejillas del metro de Nueva York. El vestido volaba como pétalos de rosa y yo empecé a girar, llevada por la brisa marina y el aturdimiento alcohólico.
Alguien me observaba. Traté de parar sin perder el equilibrio. Era Fernando, apoyando un hombro sobre un tronco. Guardaba silencio, absorto con sus ojos clavados en mí. Demasiado alcohol, demasiadas vueltas. Le miré en silencio, con mi sonrisa de niña pícara y seguí bailando, girando y volando mi falda para su deleite.
Eva Mercader
Ay, ay que peligrosa Eva… y Fernandito absorto… (como se enteren los otros dos) jejeje
Muy bueno,
Besos.
Jajajajjajaa. Yo prefiero pensar en “¡a saber qué estarán haciendo los otros dos!”. Gracias por pasarte por aquí y comentar, Irene. Eres bienvenida cuando quieras, preciosa.
Besos.
Qué picarona, jiji. Me gusta. =)
Besos de alioli. =P
Besos para ti también, Soledad! La verdad es que de vez en cuando me gusta sacar mi lado más malote a pasear
Gracias por comentar, preciosa.
No se porqué Eva…pero me acabas de quitar de golpe, las ganas de comer, y curiosamente, me han entrado las de bailar de forma desenfrenada…me pregunto si será por el residual sabor picante del All y Oli directo al paladar de mis sentimientos más escondidos, o la brisa de ese mar que tantos recuerdo me trae…gracias por dejarme saborear lo segundo, ya que de lo primero, ya me encargo yo. Un beset…Xiqueta
Hola Aingerou:
¡Qué susto me has dado con eso de que te había quitado las ganas de comer! Bailar de forma desenfrenada, irresponsable y etílica…¿Quién sabe? Me gustan las salsas picantes, y no te digo nada del all i oli! Me alegro mucho de haberte llevado la brisa de nuestro mar. Besets, rei.
Jolin Eva, olfato secreto hombro cremosa salitre bebida desinhibida piernas faldas…
¡Me quedó con tu sonrisa bailando…!
¡Uff, Kike! Te has dejado un montón: carne fresca, brasas, infierno, machacar y remover, lubricante…
¡Yo me quedo bailando contigo!
Besos, rey.
¡¡¡Me ha encantado tu momento Marilyn!!! ¡¡¡Qué traviesa!!! Di que sí, que la vida es un rollo si no te dejas llevar de vez en cuando. Un beso, Eva, me ha encantado la forma tan poética y sensual de narrarlo. (y me pirra el alioli, mmmmm)
Jajajajjaja. ¡Hola, Chari! ¡Qué alegría tenerte por aquí! Gracias por tus palabras, guapa. Y, ¡claro que sí! Si la vida te ofrece un momento travieso, hay que dejarse llevar por el viento…

¡Qué te voy a contar del alioli! Como buena valenciana, el alioli me pierde!
Muchos besos, Chari.