Título
La pasarela de San Juan
Laura y Daniela salieron de la sucia cabaña de caza sin equipaje y descalzas.
Daniela, de nueve años, conocía la perfidia y el silencio del mundo. Dulce como los jazmines de frondosa enredadera en la que se había enroscado, había naturalizado su existencia que se secaba y caía a trozos, dejando un reguero de vergüenza por todas partes. Las duchas asaltadas por el cazador le dejaron una mancha blanquecina, maloliente y sucia sobre su fina piel de niña. Ninguna ducha lavaría ya esa mancha.
Laura guardaba secretos más feroces que las fauces crueles de la extinción, despertando entre zarpas y alucinaciones en mitad de la noche. Laura sabía que ella lo sabía. La cabeza de su madre no tenía rostro, se había borrado de llorar indolencia. Sabía que las escopetas de caza pendían sobre sus cabezas jugando a la ruleta rusa. Laura estaba desgarrada. Con once años de vida sentía que solo le quedaba la muerte y la esperaba a diario, decepcionada a cada amanecer por su cruel impuntualidad. Las malolientes carcajadas mientras trataba de cubrirse y la sangre que manaba de ella a gritos, contaminaban el lecho marital con una mácula monstruosa.
Ciegas, corrieron campo a través abandonando aquellas tierras en busca de la pasarela de San Juan que las guiaría hasta la mar. Allí las esperaba la pequeña barcaza familiar para llevarlas más allá de los humedales. Hija de pescadores, la barcaza conocía la mar aun en las noches más negras.
De madrugada oyeron dos disparos. La escopeta bramaba al sentir su ausencia. Laura apenas podía moverse con las yagas de la bestia. Daniela la tomó de la mano y la arrastró, pues pronto oirían relinchar al caballo de Atila.
Amanecía y Laura vio la pasarela de San Juan, más hermosa y hospitalaria que nunca, con sus tablas que se perdían en el horizonte, los marjales que la rodeaban y los oscuros maderos que daban apoyo a quienes lo necesitasen. La mar se adivinaba al final del camino y el cielo parecía protegerlas. La tenue luz anunciaba paz.
El trote inexorable del destino las alcanzó. La escopeta se estaba vistiendo.
Laura cayó antes de tocar las primeras tablas de la pasarela. Aguantó el llanto y, dejando ir a su hermana, gritó:
- ¡Corre Daniela, corre y no vuelvas nunca!
Daniela chilló al ver a su padre agarrar a Laura por los pelos y arrastrarla tierra adentro. El terror la empujó a seguir y corrió como jamás lo había hecho, sin mirar atrás.
Cómo gritó y aulló mientras suspiraba por su hermana.
Lloraba al alba las lágrimas de la mar salada.
Cómo durmió y soñó, dulcemente mecida por la barcaza.
Eva Mercader
Fotografía de Juan Antonio BC
Eva, vaya relato! Me ha encantado.
Espero la segunda parte, para saber de Laura. Espero que consiga atravesar la pasarela sin que nadie la frene.
Besos.
Hola, Alicia! Me alegro mucho de que te haya gustado el relato. No sé si habrá segunda parte, pero tampoco quiero cerrar esa puerta.
Gracias por pasarte por La Ciudad Esmeralda, niña.
Abrazos
Eva, ¡que lindo es esto! Me encantó.
Muchísimas gracias, José Ángel. Encantada de leerte por aquí, mi buen amigo. Seguimos en contacto
Besos.