Título
El principito.
“Todas las personas mayores fueron al principio niños (aunque pocas de ellas lo recuerden)”. Desde la dedicatoria que abre este asombroso y excepcional cuento, Antoine de Saint-Exupéry nos regala una tras otra, frases, escenas y momentos emocionantes, sabios, conmovedores y reveladores. El mismísimo autor de El principito fue aviador, además de escritor. Intentó batir récords de velocidad con sus aeroplanos (cosa que le ocasionó más de un accidente) y combatió junto con los Aliados en la II Guerra Mundial contra los alemanes. De uno de sus accidentes nació este inmortal y maravilloso relato. Intentando batir uno de sus famosos récords de tiempo, el avión en el que viajaba tuvo un fallo de motor y se accidentó en el desierto del Sáhara. Después de tres días agónicos de deshidratación, alucinaciones y temiendo por su vida, un beduino a lomos de un camello lo rescató. Las ilustraciones originales del cuento son también uno de sus mayores atractivos pues fueron dibujados por el propio autor y hoy son todo un símbolo identificativo de Saint-Exupéry y su obra, amén de ser retratos sencillos que encierran filosofías complejas.
Los ojos de los niños no son como los nuestros
El principito comienza con una reflexión del autor acerca de cómo es de diferente la realidad del mundo para un niño y para un mayor, basándose en un dibujo que hizo de niño de una boa después de devorar un elefante. Los mayores solo ven un sombrero, mientras que para él es evidente la imagen que ha dibujado. Su conclusión es que para un niño resulta hasta aburrido tener que dar tantísimas explicaciones a los mayores para que comprendan.
Así inicia el relato y de pronto nos encontramos junto con Saint-Exupéry en mitad del desierto del Sáhara a causa de un accidente aéreo. La avería del motor es complicada y no cuenta con mucha agua. Tras pasar su primera noche al raso, una vocecita lo despierta y le pide con bastante insistencia que le dibuje un carnero. Estupefacto por lo insólito de la escena, el piloto intenta complacer al niño que tiene ante él y que parece haber surgido de la nada. Este niño, El principito, lleno de curiosidad, como todos los niños, pregunta y pregunta insistentemente todo tipo de preguntas a Saint-Exupéry, que intenta responder como buenamente puede mientras intenta reparar su motor.
El principito nunca contesta a las preguntas de Saint-Exupéry pero sí exige respuestas al piloto y no desiste hasta obtener las respuestas. Aun así, logramos saber que el principito procede de un pequeño planeta, tan diminuto que solo viven él y una rosa a la que ama. También hay tres volcanes que no le llegan ni a las rodillas. Dos están activos y el otro no lo está. De camino hacia la Tierra, el principito visita otros siete planetas pequeños en donde habitan siete hombres muy distintos. Cada habitante simboliza diferentes cualidades propias de los mayores, incomprensibles para el niño. Una vez en la Tierra encuentra una serpiente, inofensiva en apariencia, que le explica que el planeta está habitado. El principito recorre diferentes lugares del mundo y va comprendiendo su mundo a la vez que aprende de la Tierra. Su amistad con un zorro nos regala las frases más poéticas y filosóficas del cuento. Al final del relato, el principito y Saint-Exupéry hallan un pozo con agua. Poco después se despiden, pues el principito debe regresar a su planeta con su rosa.
La magia del desierto
En mitad del desierto, lleno de paz y de silencio, comienza una relación entre el niño y el aviador que establecerá un vínculo vital y espiritual más allá de su despedida. Este cuento infantil (que un niño no puede entender del todo) es pura poesía leído con los ojos de un mayor que esté dispuesto a escuchar, a sentir con el corazón y asumir que lo esencial es invisible a los ojos. Al principio del cuento asistimos al choque lingüístico y semántico entre el principito y el autor, pues niños y mayores pueden hablar el mismo idioma pero no de la misma manera. Los mayores, des del punto de vista del principito, dan importancia a cosas que no la tienen. Saint-Exupéry lo capta de inmediato, porque recuerda su niñez, y trata de mejorar su expresión verbal para ser entendido por el niño.
Así se comunican a la perfección y contemplamos una historia plagada de filosofía y lirismo que escudriña y reflexiona sobre la naturaleza humana, además de las relaciones que se establecen entre nosotros. El tiempo, el amor, el sentido de la vida, son temas tratados mediante símbolos como los viajes a otros planetas, los defectos de sus habitantes, la rosa, la serpiente, el zorro, el agua… El viaje hacia el autoconocimiento, el análisis de aquello que nos deshumaniza y el retorno a la pura esencia de la vida son los grandes atractivos de este maravilloso relato que trata de recuperar al niño que fuimos alguna vez para poder reconocernos en nuestra existencia y en nuestra alma. Una llamada de atención al género humano para que vuelva a encontrar la esencia de las cosas en las cosas más pequeñas dejando de lado la superficialidad de lo mundano que llena nuestras vidas.
Un reencuentro en las estrellas
El final de la historia ha tenido distintas interpretaciones. El principito regresa a su hogar al final del cuento pero la forma de hacerlo recuerda muchísimo a la muerte. De ahí nace el debate. Te dejo con la duda para que lo averigües tú mismo con su lectura. Uno de los finales más tristes pero a la vez más tiernos, dulces y melancólicos de los que haya leído jamás.
Como dato anecdótico, te contaré que el autor de este cuento, Antoine de Saint-Exupéry, escritor y piloto, desapareció en extrañas circunstancias mientras realizaba una misión para recopilar información sobre los movimientos de las tropas enemigas. El 31 de julio de 1943 despegó desde Marsella pilotando un P-38 y jamás regresó. Aunque las investigaciones no son concluyentes, se sospecha que pudo estrellarse en el mar. Pero en mi corazón de niña, yo sé que Antoine de Saint-Exupéry se fue con el principito que conociera una vez en el desierto de Sáhara para quedarse con él en su pequeño planeta y vivir para siempre en las estrellas.