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Disfruta de todos los beneficios de saltar a la comba.
No creas que me estoy refiriendo a esa “novedosa” modalidad de salto a la comba tan moderna y sofisticada que se ha puesto de moda en gimnasios y otros lugares de entrenamiento, no. No estoy hablando de esas cuerdas de plástico tan monas que venden en el Decatlón donde uno puede entrenar en solitario, como lo hacía Rocky Balboa en el gimnasio de Mickey Goldmill. Eso se lo vamos a dejar a los blogs de entrenamiento con cuerda para conseguir el cuerpo de Bustamante o de Pink. Recuerda que estamos aquí para divertirnos en grupo, con nuestros amigos y con nuestros juegos de siempre para desconectar de la rutina. Pero bueno, si de paso se te pone el cuerpo prieto de Christiano Ronaldo o Beyoncé, pues eso que te llevas. Esos ratitos son para ti.
¡Disfruta de todos los beneficios de saltar a la comba!
Aquí hemos venido a hablar de cuerdas de verdad, de sogas, de maromas de barco diría yo. Antes arrancabas de cuajo un guardabarros que rompías una de esas cuerdas. Creo que fue con una de estas cuerdas que vendían en “ca Bendicho” (la ferretería de mi pueblo) con la que lograron reflotar parte del Titánic. ¿O será que lo he soñado? Sea como fuere, en este artículo volverás a ese juego que recuerdas tan bien de tu niñez. Tan sencillo como dos niños que “pagaban” y les tocaba “dar” o lo que es lo mismo, colocarse uno frente a otro a la distancia exacta para que la cuerda tuviese su holgura y comenzar a hacerla girar al mismo tiempo, golpeando el suelo y en el sentido de las agujas del reloj. De esta forma, los niños que no “pagaban” se ponían en fila y esperaban su turno para entrar a saltar al son de una tonadilla que todos conocíamos. El primero en errar su salto y enredarse con la cuerda, “pagaba” y uno de los niños que “daban” quedaba liberado para unirse a la fila de los saltadores.
Cuando era pequeña la época en que se abría la veda para saltar a la comba era la Pascua. Con la llegada de la primavera y las vacaciones de Semana Santa, teníamos días y días de diversión asegurada. Además de volar cometas lo que más me gustaba durante esos días era ir “als quatre camins”. Este pintoresco lugar a las afueras de mi pueblo está grabado a fuego en mi memoria como un sitio idílico y placentero. Allí nos reuníamos familias enteras para merendarnos la mona de pascua y jugar hasta el atardecer. Era en aquel punto, entre naranjos y caminos de labradores, donde jugábamos a nuestro juego preferido: saltar a la cuerda.
Al principio todo era muy cívico: nos organizábamos para ver quiénes “pagaban” primero echándolo a suertes. Después comenzaba aquel frenético ballet que era saltar al ritmo de las canciones, más o menos rápidas, solos o en parejas, haciendo posturas o saltando a la pata coja, si así lo exigía la canción. Una vez le cogías el truco a lo que era “entrar” (de estar fuera a estar dentro del giro de la cuerda saltando), aquello no tenía más misterios. No recuerdo todas las canciones de la comba (ahí me tendrás que ayudar tú) pero sí los “great hits”: “el cocherito leré“, “Rey, rey, ¿cuántos años viviré…?”, “Agua, pan, vino, butifarra y tocino”, “El rey, la reina, la guapa y la fea…”, “Al pelotón…”; y por supuesto, nuestras canciones valencianas populares: “La tarara sí, la tarara no…”, “Un dia de Pasqua Pepito plorava…” “Estos tres dies de Pasqua són tres dies de jugar, empinar el catxirulo i després a berenar”… Hablando de “berenar” (merendar), ¿había algo mejor que merendarte una deliciosa mona de pascua del horno de Pepiqueta? Si lo había, desde luego yo no quiero saberlo. Nada mejor para reponer las energías de una decena de niños sudorosos que un “panquemao” de formas divertidas, cubierto de azúcar y anisetes de colores, y con un huevo duro en el centro.
Después de vaciar nuestras cantimploras y de haberle aplastado el huevo duro en la frente al primero que se despistaba, volvíamos al lío. El ambiente ya estaba caldeado y algunos comentaban que si fulanito se había colado en la fila, que si menganita “daba” más rápido aposta para que los demás pagasen… ¡Se mascaba la tragedia, amigo mío! Reanudábamos los saltos de comba, cada vez más cansados, lo que nos hacía tropezar con la cuerda en más ocasiones. Se culpaba a los que “pagaban” porque estaban dando más rápido o subiendo un poco la cuerda (a veces era verdad, y otras, también). Lo más divertido era cuando alguna canción requería saltar a mucha velocidad porque aquello era todo un espectáculo: el que saltaba, lo hacía tan rápido que los talones le pegaban en el culo. Los que “daban”, lo hacían a tanta velocidad y con tanta fuerza que parecía que la elipse circular que se formaba alrededor del saltador había desaparecido para convertirse en un portal interdimensional o en una máquina del tiempo. Le daban a la soga que parecía que lo iban a prohibir. Afortunadamente, las leyes físicas se imponían y en menos de diez segundos el saltador ya estaba “pagando” y dándole a la cuerda.
Aquí llega mi “infortunio” preferido, el que más “accidentes casuales” provocaba, el que más riñas, enfados, lloros y hasta “ya no te ajunto” causaba: “El cocherito leré”. Aprovecho para hacer un llamamiento a la A.N.R.I.C. (Asociación Nacional Reguladora de “Incidentes Comberos”): por favor, no permitan que “El cocherito leré” destruya más pandillas de amigos. ¿Cómo pueden dormir por las noches sabiendo el dolor provocado por este cocherito? A estas alturas yo no me creo que ese vehículo siga pasando la ITV, gracias. Una vez que la tensión y la desconfianza se podían cortar con un cuchillo, ya no se podía saber a ciencia cierta si aquello eran percances o actos satánicos ejecutados a mala leche. Empezaban el juego y la canción del cocherito. Justo en el momento en que el saltador debía agacharse y los que “daban” tenían que subir la cuerda y hacerla girar en el aire, por arte de magia, lo que al principio de la tarde se realizaba con la precisión y maestría de un equipo de curling, después se convertía en una ocasión perfecta para que los que estaban pagando le dieran con la cuerda en toda la cara o en la cabeza al pobre que saltaba.
Te he comentado la extraordinaria fuerza y potencia de aquellas cuerdas, ¿verdad? Imagínate el resultado: el malherido saltador (con toda la cara marcada, que hasta se podían distinguir todas las fibras del trenzado de la cuerda tatuadas en rojo en plena jeta), rompía a llorar, mascullaba una especie de queja o maldición y se iba con sus padres a buscar la compasión y el consuelo que no encontraría jamás en aquella rueda de la muerte. Luego todo eran excusas: “es que casi no se ha agachado”, “es que siempre lo hace mal”, “yo he subido la cuerda como siempre”… y los que “pagaban” se salían con la suya, volviendo al juego y sin ningún remordimiento por el “crimen” perpetrado. ¿Qué cómo puedo saber todas estas cosas? Pues sí, has acertado. ¡¡Yo era esa cuerda!!
Pues, a lo tonto a lo tonto, saltando a la comba estábamos practicando un completísimo ejercicio físico. Aguantábamos todo lo que nos echaran y éramos más flexibles que un muelle. Además, aprendíamos a coordinar nuestro cuerpo al ritmo de la música y encima nos lo pasábamos mejor que si tuviésemos chocolate para cenar.
Desempolvando el body
Ya te estoy escuchando pensar. ¡¿Saltar yo a la cuerda a estas alturas?! ¡Vamos, ni en un millón de años! ¡¿Además en la calle?! Vale, vale… Vayamos por partes: primero, no es verdad que te oiga pensar. Lo que pasa es que me imagino tu reacción más lógica; segundo, la altura a la que debes saltar a la comba no es muy grande, en serio; tercero, ¿de verdad crees que vas a vivir tanto?; y cuarto, no tiene que ser necesariamente en la calle. Hay muchos sitios donde podrás practicar esta actividad y sano ejercicio con un poco más de intimidad (el monte, la huerta, un patio o jardín grandes…) Aunque lo suyo sería dar el paso decisivo hacia los parques más grandes (no de esos pequeños donde van los papis a llevar a sus criaturas), me refiero a parques amplios, zonas de picnic, las afueras, zonas de monte habilitadas para pasar el día…
Esos sitios son ideales porque puedes ir con toda la familia o incluso con otras familias, tus amigos y animarlos a saltar contigo. Además hay bancos y mesas para comer, paelleros o barbacoas cubiertas y ¡hasta se han dado casos de lugares con urinarios portátiles! Pero la verdad: estando en el monte, al aire libre, en plena naturaleza, ¿quién quiere urinarios? No te compliques: con el culo al aire, una hoja o en su defecto una piedra… ¡Y que la naturaleza siga su curso! Nada de dejar clínex o toallitas de bebé por ahí tiradas en un espacio natural, ¿eh?
Veamos, es imposible que estés tan hecho polvo como para no jugar un ratito a la comba con tus amigos o… ¿no será que tienes vergüenza de que te vean saltar la comba a tus años? Lo primero es que esto ni te lo estarías planteando si te hubieses unido al club de los sin-vergüenzas. Además, cuando se está entre amigos o en familia, muchos de nuestros sonrojos o el temor a hacer el ridículo desaparecen. Aprovecha esas reuniones para llevarte tu cuerda y animar a todos (niños y grandes) a compartir tu juego.
Si así y todo no se apuntan, ya verás cómo cambian de idea cuando vean lo bien que os lo estáis pasando los demás. O quizás puedas embaucarlos pidiéndoles que “solo den para que los demás salten”… En diez minutos están saltando también.
¡¿Y qué me pongo?! Bueno, con un vestido negro de lentejuelas o con un traje chaqueta siempre aciertas… y unos buenos tacones o chanclas serían el complemento ideal. ¡Sentido común señoras y señores! Aunque de niños saltábamos con vaqueros, faldas y hasta con los zapatos de los domingos, ahora sería recomendable llevar ropa deportiva lo más cómoda posible (recuerda que vas a sudar). Camisetas de algodón o térmicas, sudaderas por si hace frío, mallas de cualquier tamaño, pantalones transpirables de poliéster…
Así que lo mejor es ponerse calcetines de algodón que aíslan mejor del sudor y evitan rozaduras, y calzarte unas zapatillas de deporte que absorban bien los impactos. No hace falta arruinarse. Las encontrarás de todos los tamaños, colores y marcas en cualquier tienda especializada en deporte. Continuando con el sentido común, te ruego que te abstengas de practicar este juego-deporte si has padecido o padeces algún tipo de lesión, atrofia o molestia en tus articulaciones inferiores (caderas, rodillas y tobillos).
No quiero poner en riesgo tu salud. Si crees que estás bien y empiezas a sentir molestias, deja el juego de inmediato y averigua si se trata de algo puntual o de un problema óseo, tendinoso o muscular. En caso de que estés entero y no sientas ningún malestar, ¡A darlo todo! Pero tampoco hay que pasarse y menos aún si no sueles practicar ejercicio o hace tiempo que no saltas. Treinta minutos de juego están muy bien, pero como siempre digo: tú pones los límites.
Ya lo has visto: este juego no puede ser ni más sencillo ni más barato. Solo tienes que acercarte a tu ferretería o a cualquier lugar donde vendan material de construcción. La compras por metros y sale muy barata. Algunos deportistas suelen comprar ahí sus combas de entrenamiento y eligen materiales como el plástico, cuero o nailon porque son muy ligeras y resistentes y, además se las pueden hacer a medida. El material es cosa tuya. Elige tu cuerda y… ¡a motivar a la peña, nano!
Si salgo vivo de esta, ¿qué beneficios me aporta este juego?
¡Pues tú mismo lo has dicho! Lo primero es que puedes salir vivo, que no está mal. Hay que andarse con mucho ojo con estos extreme games. Al principio, todo son emociones, adrenalina y subidones… pero luego te preguntas ¿quién me mandaría a mí meterme en un juego tan brutal? ¡¿Por qué no haría caso a mi abuela y no me apunté a puenting, o a salto en paracaídas…?! ¡¿o al balconing?! Cosas tranquilas y sencillas. Pero no. Lo llevas en la sangre, Y LO SABES. Eres un temerario. No tienes remedio.
La mayor satisfacción es poder jugar a un juego que también es un deporte aeróbico muy completo y que fortalecerá tu sistema cardiovascular. Otra ventaja de saltar a la comba es que puedes llegar a quemar alrededor de 600 calorías por hora y en poco tiempo vas a notar que tu cuerpo está mucho más firme y tonificado. También vas a ganar flexibilidad, cómo no. ¿Te agotas con facilidad? No problem! Con tu fortaleza mental puedes conseguir una mayor resistencia y aguante que te ayudarán sin duda a la hora de realizar otras actividades físicas diarias.
He querido dejar lo mejor para el final: el equilibrio y la coordinación. Mientras practicas esta sana actividad, sin saberlo estás mejorando tu coordinación de brazos y piernas al ritmo que marcan la cuerda y las cancioncillas, y además adquirirás un mayor equilibrio, agilidad y velocidad. “¡Casi na!” Y el mejor premio: salir a la calle, jugar al aire libre con tu familia o amigos, desentenderte del mundanal ruido, pasar un buen rato haciendo el niño y sentirte bien contigo mismo.
¿Pero qué haces ahí sentado todavía leyendo esto? Queda con tus amigos, llama a tu familia, secuestra a un grupo de turistas despistados utilizando un paraguas abierto en alto y disfruta de todos los beneficios de saltar a la comba. NOTA: recuerda devolver a los turistas de una pieza a su guía. No te imaginas el mal genio que tienen…
SÍ, saltar a la cuerda está genial!! cuántos recuerdos de la infancia y en adelante!
El famoso juego “al motrollón” era uno de los más emocionantes….a ver cuántos de clase llegábamos a saltar al mismo compás…jeje
El año pasado y el previo, un grupito de aquí de la zona norte, nos juntábamos una vez al mes o dos meses, a jugar a actividades lúdicas cooperativas entre las cuales las de movimiento tenían mucho de importancia!
También hacíamos campaña por el día Intern del Juego, 28 mayo, y era genial!
Por otro lado, mientras no dejo de olvidarlo, a primeros y mediados de agosto cogí la cuerda individual al parque de hierba más cercano de mi zona. Fantástico!
saluds, y a seguir así!
Josune (o Josi)
Hola Josune!

Qué bien leerte de nuevo por aquí. Lo de saltar a la comba es genial. Nosotros también jugábamos “al motrotón”, solo que lo llamábamos “al mogollón” y sí: éramos más brutos que un arado…
Me encanta que estés disfrutando de tantas actividades al aire libre, niña. Es lo más saludable del mundo y además, haces un montón de ejercicio. Si ya has cogido la cuerda tú sola y te has atrevido a saltar en el parque, ¡eres ya una máster de La Ciudad Esmeralda!
Espero que sigas siempre así de bien, con ese gran espíritu y alegría que te acompañan.
Seguro que nos volvemos a leer por aquí. Gracias por tus aventuras y por ser mi heroína de cuento.
Muchos besos Josi.