Título
Balontiro
¡Hola majetes! Hoy os traigo un juego sensacional para pasarlo bomba con amigos y familia, ¡y al aire libre! Si es que os tengo muy consentidos: solo os traigo género de primera calidad, de lo bueno lo mejor y luego ya no queréis marcas blancas. El juego en grupo de hoy es el balontiro. Seguro que has jugado al balón tiro de pequeño o de adolescente pero, en caso de no haber jugado nunca o que seas de memoria floja, yo te lo recuerdo.
También conocido como balón prisionero o dodgeball, este juego o deporte se juega en todo el mundo por la sencillez de sus normas y el poco material exigido. Con un balón y un palo vas que chutas. Sí, sí, con un palo. Este juego se practica de manera exquisita en canchas rectangulares ya marcadas. Pero nosotros no nos vamos a poner tan exigentes y menos aún al fresco; así que con el palo marcamos las lindes del campo: que sea rectangular, con una raya en medio para separar los espacios de los contendientes, y dos últimas rayas para construir la zona muerta o cementerio, o zona zombi. Algo parecido a esto:
Se forman dos equipos, elegidos al estilo “las normas del patio”: dos capitanes seleccionan a sus guerreros por turnos. Ya sabes, el típico concurso de popularidad de “yo me pido a Javi”, “pues yo me pido a Sonia”… así hasta que quedamos el niño con las gafas de culo de vaso y yo. A continuación se tira una moneda al aire para elegir campo y ver quién saca primero.
Una vez celebrados los rituales de rigor, podemos dar paso a la competición por equipos. No te preocupes por cuántos sois en cada grupo, lo importante es que seáis número par. Si resulta que algún grupo tiene un jugador de más o de menos, lo solucionas con “las normas del patio”: apañaos como podáis.
Una vez emplazados en vuestros campos se procede a coger el balón y así empieza la matanza (no estoy exagerando porque cuando empiezas a picarte con este juego, se pueden llegar a dar casos trágicos en que ni conozcas a tu mejor amigo ni atiendas a las leyes de la lógica).
Cada miembro de un equipo debe lanzar la bola y tratar de darle a cualquiera de sus oponentes, en cualquier lugar de su fisionomía, sin que tenga la oportunidad de atraparla al vuelo. De este modo, el enemigo “tocado” por el balón se retira al “cementerio” (zona trazada en la parte trasera de la cancha adversaria) y esperará allí hasta que tenga la oportunidad de que la pelota caiga en sus manos y “mate” con la bola a un rival. De esta forma, quedará liberado y regresará a su cancha para retomar el juego, mientras que el rival “muerto” ocupará su lugar en la parte trasera de la cancha enemiga.
Si por el contrario la pelota bota antes de tocar a nadie o si mi rival la caza al vuelo, ya puedo correr porque soy blanco fácil. Deberé encararme a mi enemigo y tratar de esquivar la bola o atraparla también para contraatacar. Este juego es tan dinámico que uno no puede permitirse el lujo de relajarse o de perder comba. Todo sucede muy rápido y en eso precisamente radica la gracia de este juego.
No te alucines que, aunque parezca complicado de explicar, el juego no puede ser más sencillo. La partida termina cuando se han eliminado a todos los miembros de un equipo.
¡Balontiro salvaje!
Así es. El archiconocido Colegio Mare de Déu del Patrocini, la leyenda del balontiro. De allí salieron grandes campeonas ¡Qué digo campeonas! Salieron heroínas míticas a las cuales se las recuerda en el cuadro de honor por su gran entrega, y sacrificio de su integridad física. Por las puertas del colegio han salido cojas, tuertas o en camilla, las más valerosas víctimas del balontiro que no dudaron en ser carne de cañón para llevar a su equipo a la gloria. Lo que sigo sin entender es ¡¿por qué narices no figuramos ninguna de las mártires en esa dichosa vitrina y, sin embargo, sí están las que ganaban sin despeinarse?! ¡Ay! La injusticia es como la Coca-Cola, está en todas partes.
Te preguntarás porqué hablo de mis compañeros de balontiro en femenino. La cosa es que al principio jugábamos chicos y chicas juntos, pero en dos días descubrieron que querían practicar otro juego en el que sus genitales no estuvieran tan expuestos a la infertilidad. Así que siguieron jugando a fútbol y nosotras nos hicimos las dueñas tiranas de palos y balones. Todo estaba permitido.
Pero vayamos a lo bueno. [Ahora tienes que echar mano de tu imaginación y visionar en tu mente una de esas bandas de raperos mafiosos que controlan el tráfico de balones y palos en el barrio, decidiendo quién entra en la cancha y quién no. Menudo flow y menudos chándales que nos gastábamos. ¡Y boca de camioneras! Si has visto la serie The Wire, sabes de qué va esto]. Entérate de cómo nos lo montábamos en mi cole. Lo demás son cursilerías, niños que se nos querían parecer pero no eran ni lo bastante fuertes, ni valientes, ni cool para medirse con nosotras. Niñatos que no habían cogido un palo en toda su vida y que si tuvieran una pelota, no sabrían qué hacer con ella.
Hora del recreo. Grupos almorzando y jugando durante los escasos 25 minutos que teníamos antes de volver a clases forzadas. Los centinelas vigilaban desde las aulas y el jefe de conserjería no nos dejaba pasar ni una. Tras almorzar, las chicas del sector 5ºA y 5ºB se posicionaban estratégicamente en lo que iba a ser el terreno de juego. Buscábamos el palo que habíamos escondido el día anterior, entre la verja y los matorrales y nos lo íbamos pasando hasta que llegaba a la zona roja y se trazaba la cancha. Misma maniobra para volver a esconder el palo.
Las de apariencia más cándida tenían el cometido más chungo: convencer con sus ruegos y ojos de corderos degollados al conserje para que nos dejara un balón para jugar. Eran un bien que escaseaba y el colegio no podía permitirse más que tres o dos. Si teníamos éxito, conseguíamos la pelota. Si la pelota botaba, presagiaba un buen juego.
Una vez formados los dos equipos (que solían coincidir con el sector al que pertenecíamos), comenzaba la batalla. Allí no contábamos cuántas había en cada equipo. Estábamos todas, unas 30 por equipo. Como podrás imaginar, el primer minuto era crucial. Muchos blancos a los que apuntar y más posibilidades de matar y de que nos matasen los de la otra banda y nos mandasen al corral de los quietos.
Debo confesar que en balontiro yo no era tan paquete como en otros juegos. Tenía buenos reflejos y, al ser menuda, podía esquivar las balas con bastante gracia. Conseguí desarrollar una puntería de francotiradora que me hacía letal en las distancias cortas. Lo malo era de lejos: generalmente las chungas de la otra banda conseguían atrapar la bola y corrían hacia nosotras mientras intentábamos recular sin quitarles ojo.
No éramos ángeles. Nos encantaba ver cómo se iban vaciando las calles y solo las más hábiles y fuertes quedábamos en cada sección. La cosa se iba poniendo cada vez más competitiva y, por tanto, agresiva. Daba gusto darle a la adversaria con todas tus ganas y eliminarla mientras se alejaba lloriqueando y quejándose del oído, la espinilla, el estómago, la nariz… ¡Flojas!
La sirena nos sacaba del estado de frenesí y de pronto todas volvíamos a ser niñas del cole que formaban una fila y volvían a sus clases. Nunca llegábamos a las manos. Discutíamos tiros o estrategias dudosas y al terminar chocábamos aquellas cinco y hasta mañana.
Aquello curtía a cualquiera. Acabábamos todas mugrientas y sudorosas, con los pelos de loca, sin aliento y con alguna gloriosa herida de guerra como sangre reseca en la nariz, moratones en las piernas y otros recuerdos que convertían las partidas de balontiro en épicas.
Balontiro terapéutico
Es necesario recuperar este juego. Reivindiquemos en Twitter este noble deporte con el hastag “#Balontiro” para que no desaparezca ni de nuestras calles y parques, ni de nuestros patios de colegio. Claro está, con un poco más de civismo. De todos modos ya sabes cómo me gusta exagerar y dramatizar para que todo parezca más peligroso y grandioso de lo que realmente es. Jamás hubo bajas en el patio de recreo, solo daños colaterales porque el suelo era de tierra y estaba cubierto de gravilla, pero eso no era culpa nuestra. Yo creo que no hay un solo centímetro de mi piel que no me haya dejado en aquel suelo de gravilla.
No temas practicar este juego-deporte con tu familia o amigos, incluso con niños. Solo hay que tener un poco de sentido común y utilizar pelotas ligeras, de esas que simulan ser balones de fútbol de colores.
Un parque, jardín, monte, pueden ser los mejores escenarios para el balontiro. Recuerda que el material necesario es escueto y que los equipos se pueden formar a ojo de buen cubero. Pero aún me queda contarte lo mejor que te va a ofrecer este juego de grupo. Verás, por una parte vas a salir al aire libre. Puede que esto frene a más de uno a la hora de elegir el balontiro, pero recuerda que vas a estar arropado por tu clique (los miembros de tu banda, los tuyos). Será una fantástica distracción para desconectar y pasar un buen rato al aire libre, lejos de las cuatro paredes.
Por otro lado, estás haciendo ejercicio. Esto te permite reactivar tu cuerpo y recuperar habilidades que vamos perdiendo con nuestros hábitos sedentarios. Con el balontiro vas a correr, perseguir, huir, esquivar, atrapar, lanzar… todo tipo de ejercicios de fitness que te van a ayudar a sentirte ágil y en forma, amén de quemar calorías por un tubo.
Tus reflejos se van a ver hartamente reforzados y, además podrás poner a prueba tu puntería para acabar con tus adversarios. Por último, tu cerebro va a tener que espabilar para trabajar y coordinarse en equipo y crear estrategias de ataque, retirada o contraataque. La competitividad implícita en el balontiro hará que saques la fiera que llevas dentro y que hace tiempo que luchaba por salir. La sana competencia en el deporte es una manera estupenda de recuperar la motivación, la autoestima y el afán de superación. ¡Balontiro salvaje!